Ahora me desprendo

Este fin de semana mis padres se habían comprometido con mis soles a llevarlos llano adentro.

Mis padres son llaneros (la zona geográfica de mi Patria donde el horizonte es inmenso, donde no consigues altura alguna) y la abuela que nos sobrevive se encuentra por allá.

Así que cumpliendo con ella y con sus nietos, se irían. (De ese viaje espero que cuenten ellos en sus blogs)

Que se encontraran los dos mayores entusiasmados y re-felices, no es novedad. Arreglaron maletas e hicieron deberes que daba gusto, con tal de no dejar nada pendiente y poder disfrutar de la gloria de viajar.

Lo curioso viene por la pequeña. No porque no le guste un viaje, sino porque sus papitos no iban. Es así como la semana transcurría con la convicción de quedarnos con ella mientras partían sus hermanos y abuelos.

La sorpresa? Llegó llorando a mares del colegio. Ella quería irse y su hermanita le dijo que se quedaba.

"Mami, lo que pasa es que yo quiero ir y mi hermana dice que yo no voy"

Después de negociar, de plantear, de asegurar, de volver a llorar y volver a reír, preparamos su valija. Con la inquietud de un trabajo en vano, los llevamos a la casa de los abuelos para la partida. Nos veíamos de reojo, y esperábamos el momento de regresar con la maleta y la muchacha a casita.

Al momento de las despedidas, de las bendiciones y de los mejores deseos de viaje, la pequeña se arropó a las piernas de su padre, lloraba "jipeáo" como diría mi Abuela Carmen.

Con la fuerza de un papi consentidor y una madre con los ojos húmedos, mi esposito le dijo:

"Princesa tranquila, si quieres te quedas con nosotros"

De donde sacaría fuerzas, no sé. Pero le respondió rapidísimo:

"No, papi, tranquilo tú.

Yo tengo que aprender a DES-PREN-DER-ME de ustedes.

Te portas bien, oíste?"

Ya llegó.

Y yo todavía lloro.